Conciencia sin limites - 9/14
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Mario sentía miedo. Alguna vez, alguien le había dicho que el desconocimiento y la ignorancia conducían al miedo, el miedo al odio y el odio culminaba a su vez en el sufrimiento… y Mario ahora sentía odio. Se odiaba a sí mismo por no comprender lo que pasaba, por no saber si estaba muriendo o si todo no era mas que un sueño. Miles y miles de imágenes de su vida parecían pasar delante de sus ojos sin un orden cronológico, pero eran procesadas tan rápido por su cerebro que no alcanzaba a distinguir un recuerdo de otro y, por más que lo intentaba, no podía concentrarse en ninguno en particular… y Mario también sintió pena, nostalgia y sufrió. Porque deseaba que Nancy estuviera a su lado, porque deseaba poder rememorar vivamente otra vez aquellos inolvidables momentos de su vida junto a ella y porque la sentía lejos, muy lejos allá en la Tierra. Pero entonces recordó la puerta espacial, recordó que el concepto de la distancia no existía para esas imponentes estructuras circulares, en donde el espacio-tiempo se curvaba de tal modo que un hoyo se formaba en el universo y un acceso al hiperespacio se creaba. Retomó la línea de sus anteriores pensamientos, se vió ingresando con el módulo a través de esa intensa luz y en ese preciso instante supo que definitivamente había viajado por el hiperespacio.
Intentó recordar el viaje. No hubo estrellas desplazándose rápidamente alrededor de él, ni sensación de velocidad, sólo el raconto de la historia de su vida. Le había parecido que el salto por el hiperespacio estaba durando demasiado, suponía que instantáneamente reaparecería en la otra puerta, entonces había intentado ver el reloj de su traje espacial y no lo había encontrado. No tardó mucho tiempo más en percatarse de que en realidad ni el traje espacial, ni el módulo de exploración existían. Su cuerpo tampoco existía… Entendió vagamente que al fin y al cabo eso poco importaba mientras fuera consciente del viaje. Ahora, acababa de comprender que el viaje había finalmente terminado. En primera instancia pensó que la nueva imagen que se le revelaba era un producto más de su imaginación, pero algo en su interior (si es que podía decir eso) le decía que no era así.
La vista era sobrecogedora… Un océano infinito se perdía en el horizonte de un mundo posicionado a una distancia tal del plano galáctico que ofrecía un amanecer jamás imaginado en donde la mitad de la Vía Láctea se asomaba por encima del océano, reflejando un brillo rojizo sobre las aguas de un mar calmo, apenas agitado por una suave brisa. Observó el centro de la forma espiralada de la galaxia y pensó en los 400.000 millones de objetos estelares concentrados en el gran núcleo rojizo en donde se entremezclaban supergigantes rojas, enanas blancas, nebulosas planetarias, novas, estrellas de neutrones y estrellas estables de mediana edad. Sin lugar a dudas, en semejante diversidad habría una incontable cantidad de planetas con un amanecer propio. En algunos mundos un sistema binario, un cúmulo estelar o una nebulosa anular amaneciendo, proporcionarían panoramas colosales; pero ninguno de ellos sería tan imponente como el de la Vía Láctea misma.
El sol del mundo en el que se encontraba aparecía ahora lentamente sobre el horizonte, cambiando el fondo negro noche del cielo a tonos azulados que pronto se volverían intensamente celestes. Las estrellas desaparecían lentamente mientras el sol opacaba con su luz la imagen de la galaxia que poco a poco iba menguando en su brillo. Aún distinguía una de las ramas del espiral, allí, casi en el exterior de la Vía Láctea, en los suburbios de la galaxia, en un punto infinitesimalmente pequeño se encontraba el Sistema Solar. Sintió pavor ante las distancias que había salvado viajando por el hiperespacio, pensó en Júpiter, su punto de origen, en la Tierra, y inevitablemente pensó en Nancy y deseó poder compartir con ella lo que sentía. Casi inmediatamente después de que Nancy invadiera sus pensamientos, no muy lejos de donde se encontraba una figura femenina se acercaba a paso ligero hundiendo ligeramente los pies descalzos en la arena embebida por la marea. Sus ropas sueltas y livianas, se movían al son de su andar y se agitaban según la brisa, pero sin disimular su esbelta silueta. A medida que la distancia que los separaba se acortaba, el rostro de la mujer se fue haciendo más claro y sus facciones se dibujaron totalmente. A pocos metros, ella se detuvo y ya no cabía lugar para duda alguna. Con dulzura Nancy le dijo:
–¿Cómo te sientes Mario?
Conciencia sin limites, de Claude Martín Brito
Es una historia corta realizada en 1999/2000.
Es una historia corta realizada en 1999/2000.
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