Conciencia sin limites - 5/14
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A 300 kilómetros de altitud sobre Júpiter, la nave espacial Cóndor A y una estructura anular de casi 500 metros de diámetro describían enfrentadas una órbita cuasicircular alrededor del planeta. A través de la pantalla del puente de mando, el capitán Jaime Liemman observaba absorto la gran estructura anular en la cual las partículas eran aceleradas a velocidades muy próximas a la de la luz. Al otro lado de Júpiter, el capitán brasilero João Pessoa, a bordo de la Cóndor B, observaba una estructura anular idéntica. Liemman se volteó hacia el videocomunicador y preguntó a su par militar:
–¿Qué salió mal João?
–Esa es una mala pregunta y tú lo sabes –respondió el capitán Pessoa en español, pero con un mal disimulado acento portugués–. Para responder a esa pregunta deberíamos comenzar a evaluar un sinnúmero de variables técnicas y físicas, y eso no nos compete, se los dejo a los responsables en la Tierra. Yo mas bien me preguntaría: ¿y ahora qué?
–Por lo pronto debemos esperar la respuesta de la Agencia –expresó Jaime sin mucho convencimiento–. Tal vez ellos tengan un plan de acción a seguir.
–No creo –dijo Pessoa con un marcado gesto de negativa–. Desde un principio este proyecto estuvo sembrado por la duda y la incertidumbre, y con los recientes acontecimientos no creo que esa situación haya cambiado.
–¿Que sugieres que hagamos?
–Desmantelar los aceleradores, juntar las cosas y volver casa.
–No creo que la ASE avale esa decisión. Después de los miles de millones de dólares invertidos en la investigación, el desarrollo y construcción de los aceleradores –dijo Liemman haciendo un ligero siseo de la cabeza hacia la imagen de la pantalla principal–, a la Agencia le va a resultar muy díficil aceptar el fracaso y dejar todo como está.
–Jaime, nadie sabía a ciencia cierta si este proyecto iba a funcionar o no, y no podemos dejar en stand-by una máquina que puede desarrollar energías de esa magnitud. –Cambiando el tono de la voz, Pessoa continuó–. A propósito, ¿cómo está Mario?
Jaime no pudo ocultar su pesar, bajó su mirada y mientras pasaba su mano izquierda por la frente dijo simplemente:
–Sigue en coma.
Pessoa sabía del afecto que el capitán Liemman sentía por Mario. Durante los seis meses de entrenamiento, Mario y Liemman habían forjado una fuerte amistad sustentada en la admiración y respeto mutuo, a pesar de la formación académica de uno, de la rigurosa y estricta formación militar del otro y de las incontables discusiones generadas a partir de las diferencias de carácter manifestadas por ambos en situaciones extremas. Si bien Mario se caracterizaba por sopesar concienzudamente las alternativas y posibilidades frente a una adversidad, su ímpetu y necesidad de respuesta inmediata frente a una emergencia, contrastaban con los protocolos y directivas previamente estipuladas y rígidamente aceptadas por Liemman. Pessoa pensaba en las disputas que en más de una ocasión había salvado entre ellos, pero Liemman recordaba las interminables noches de ajedrez, las subrepticias degustaciones de excelentes vinos franceses que Mario lograba introducir a su cubículo durante la etapa de adiestramiento y las eternas discusiones filosóficas que solían comenzar con comparaciones odiosas entre el pensamiento descriptivo de Aristóteles y el pensamiento racional y cuantitativo de Galileo, y por lo general terminaban con dos hombres intentando desentrañar los orígenes del universo y de la vida… Liemman pensaba en un amigo…
–Estamos en contacto João –dijo Liemman ligeramente atormentado por sus pensamientos a la vez que terminaba la comunicación.
Conciencia sin limites, de Claude Martín Brito
Es una historia corta realizada en 1999/2000.
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